martes, 9 de agosto de 2011

Rayuela


Novela de Julio Cortázar dedicada y pensada para el lector activo que se involucra en lo que lee y quiere participar.


Lisonjero, desde quién sabe cuándo
Era entonces un señor menos viejo de lo que
no oía esa palabra, cómo se nos empobrece el len-
parecía, vestido siempre como los jóvenes elegantes,
guaje a los criollos, de chico yo tenía presentes mu-
pulcro y distinguidísimo. Se afeitaba toda la cara,
chas más palabras que ahora, leía esas mismas no-
siendo esto como un alarde de fidelidad a la genera-
velas, me adueñaba de un inmenso vocabulario per-
ción anterior, de la que procedía. Su finura y jovia-
fectamente inútil por lo demás, pulcro y distinguidí-
lidad, sostenidas en el fiel de la balanza, jamás caían
simo, eso sí. Me pregunto si verdaderamente te me-
del lado de la familiaridad impertinente ni del de la
tías en la trama de esta novela, o si te servía de
petulancia. En la conversación estaba su principal
trampolín para irte por ahí, a tus países misterio-
mérito y también su defecto, pues sabiendo lo que
sos que yo te envidiaba vanamente mientras vos me
valía hablando, dejábase vencer del prurito de dar
envidiabas mis visitas al Louvre, que debías sospe-
por menores y de diluir fatigosamente sus relatos.
char aunque no dijeras nada. Y así nos íbamos acer-
Alguna vez los tomaba desde el principio y adorná-
cando a esto que tenía que ocurrirnos un día cuan-
balos con tan pueriles minuciosidades, que era preci-
do vos comprendieras plenamente que yo no te iba
so suplicarle por Dios que fuera breve. Cuando re-
a dar más que una parte de mi tiempo y de mi vida,
fería un incidente de caza (ejercicio por el cual te-
y de diluir fatigosamente sus relatos, exactamente
nía gran pasión), pasaba tanto tiempo desde el exor-
esto, me pongo pesado hasta cuando hago memoria.
dio hasta el momento de salir el tiro, que al oyente
Pero qué hermosa estabas en la ventana, con el gris
se le iba el santo al cielo distrayéndose del asunto,
del cielo posado en una mejilla, las manos teniendo
y en sonando el pum, llevábase un mediano susto. No
el libro, la boca siempre un poco ávida, los ojos du-
sé si apuntar como defecto físico su irritación cró-
dosos. Había tanto tiempo perdido en vos, eras de
nica del aparato lacrimal, que a veces, principalmente
tal manera el molde de lo que hubieras podido ser
en invierno, le ponía los ojos tan húmedos y encen-
bajo otras estrellas, que tomarte en los brazos y
didos como si estuviera llorando a moco y baba. No
hacerte el amor se volvían una tarea demasiado tier-
he conocido hombre que tuviera mayor ni más rico
na, de masiado lindante con la obra pía, y ahí me
surtido de pañuelos de hilo. Por esto y su costum-
engañaba yo, me dejaba caer en el imbécil orgullo
bre de ostentar a cada instante el blanco lienzo en
del intelectual que se cree equipado para entender
la mano derecha o en ambas manos, un amigo mío,
(¿llorando a moco y baba?, pero es sencillamente
andaluz, zumbón y buena persona, de quien hablaré asqueroso como expresión). Equipado para entender, después, llamaba esto sólo a mi tío la Verónica.

si dan ganas de reírse, Maga. Oí, esto sólo para vos,
Mostrábame afecto sincero, y en los primeros días
para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde
de mi residencia en Madrid no se apartaba de mí
hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como una
para asesorarme en todo lo relativo a mi instalación
llama, como un río de mercurio, como el primer can-
y ayudarme en mil cosas. Cuando hablábamos de la
to de un pájaro cuando rompe el alba, y es dulce
familia y sacaba yo a relucir re cuerdos de mi infan-
decírtelo con las palabras que te fascinaban porque
cia o anécdotas de mi padre, entrábale al buen tío
no creías que existieran fuera de los poemas, y que
como una desazón nerviosa, un entusiasmo febril por
tuviéramos derecho a emplearlas. Dónde estarás,
las grandes personalidades que ilustraron el apellido
dónde estaremos desde hoy, dos puntos en un uni-
de Bueno de Guzmán y sacando el pañuelo me re-
verso inexplicable, cerca o lejos, dos puntos que
fería historias que no tenían término. Conceptuá-
crean una línea, dos puntos que se alejan y se acer-
bame como el último re presentante masculino de una
can arbitrariamente (personalidades que ilustraron
raza fecunda en caracteres, y me acariciaba y mi-
el apellido de Bueno de Guzmán, pero mirá las cur-
maba como a un chiquillo, a pesar de mis treinta y
silerías de este tipo, Maga, de cómo podías pasar de la
seis años. ¡Pobre tío! En esas demostraciones afec-
página cinco...), pero no te explicaré eso que llaman
tuosas que aumentaban considerablemente el manan-
movimientos brownoideos, por supuesto no te los
tial de sus ojos, descubría yo una pena secreta y agu-
explicaré y sin embargo los dos, Maga, estamos com-
dísima, espina clavada en el corazón de aquel exce-
poniendo una figura, vos un punto en alguna parte,
lente hombre. No sé cómo pude hacer este descu-
yo otro en alguna parte, desplazándonos, vos ahora
brimiento: pero tenía certidumbre de la disimulada
a lo mejor en la rue de la Huchette, yo ahora descu-
herida como si la hubiera visto con mis ojos y toca-
briendo en tu pieza vacía esta novela, mañana vos en
do con mis dedos. Era un desconsuelo profundo,
la Gare de Lyon (si te vas a Lucca, amor mío) y yo
abrumador, el sentimiento de no verme casado con
en la rue du Chemin Vert, donde me tengo descu-
una de sus tres hijas; contrariedad irremediable, por-
bierto un vinito extraordinario, y poquito a poco,
que sus tres hijas,¡ay, dolor! estaban ya casadas.